Para meter mano también hay excusas

Por Isidoro Lozano. Jefe de Estudios Ya llegaba el punto culminante de mi explicación. Los había conducido hasta allí como el flautista, y esperaban ansiosos el desenlace. Vuelto a medias hacia la pizarra, esbocé un mal dibujo que me ayudara mientras hablaba, y entonces lo vi, creciendo a mi derecha en la segunda fila. Era un bostezo, y no uno cualquiera. La boca fue abriéndose infinitamente hasta que los colmillos casi ocultaron los párpados, y luego volvió a cerrarse poco a poco con un gemido de satisfacción en tono descendente. Una alumna cercana, al verlo, lo imitó con entusiasmo, y acabó con dos perlas de lágrimas en los extremos de los ojos. Y lo peor no había llegado. Como una onda parsimoniosa y consistente, una sucesión de bostezos fue extendiéndose por el aula hasta estremecerla entera. Para cuando terminó, yo no recordaba por dónde seguir, buscaba el camino a ciegas, y sonó entonces, hamdulillah, el timbre liberador... La reacción normal de un profesor ant...